Un libro sobre una calle emblemática que representa lo que es y lo que ha sido la ciudad de Monterrey.
Dice Antonio Ramos Revillas en la contraportada: “Una vez que la respiras, nunca te vas de esta ciudad” afirma el personaje de una de las historias que componen del Roble, Juárez, libro en el que Pedro de Isla nos ofrece con una prosa eficaz y una mirada intuitiva, una radiografía del Monterrey histórico y actual, teniendo como eje la mítica avenida Juárez, vena económica de la ciudad.
“En estas páginas el Monterrey decimonónico y la guerra contra los americanos, el Monterrey agobiado por los huracanes o la ciudad azotada por el tifo nos ofrece como lectores una posibilidad más para conocer esa ciudad que se nos fue, pero sobre todo, a estos hombres y mujeres que habitamos esta plancha de cemento y construimos con nuestros sufrimientos, rencillas y esperanzas ese orgullo de ser del norte, del mero San Luisito, como dice la canción, que se llama Monterrey”.
Fragmento:
5
La carreta de Albino va despacio por la calle del Roble. A su lado, Ramona no para de dirigir miradas furibundas hacia la esquina que hace con la calle del general José Silvestre Aramberri. Desde que le contaron de ese nuevo templo que no es católico, reza todas las tardes en la iglesia. Dos rosarios completos, bien despacio, para que valgan la pena y Dios se apiade de sus penurias.
¿Pero cómo se le ocurre a esta gente ponerse tan a la vista? Si lo que deberían de hacer es disimular sus ideas, porque cuando corra la voz no va a dejar de insultarlos, de perseguirlos.
Lástima que ya no hay Inquisición, con ella no pasarían estas cosas tan bochornosas para nuestra fe. Por falta de energía y de fuerza es que tuvieron el atrevimiento de ponerse tan cerquita de donde estamos construyendo la nueva iglesia para la Virgen del Roble, la tan venerada virgencita que decidió convertirse en la Santa Patrona de nuestra ciudad y a quien todo el pueblo aclama con fervor. Tanto trabajo para que luego éstos vengan a ponerse casi a su espalda. ¡Qué insolencia!
Albino ni voltea a verla. Desde que comenzaron con la construcción de ese templo bautista, le llamó la atención. Es tan diferente a los otros, con sus paredes de ladrillo rojo, sus ventanas redondas y esos techos de dos aguas. Ramona asegura que lo hacen para que sobresalga entre los demás edificios de la ciudad y a él le parece lógico: la iglesia debe ser un punto de referencia.
Lo piensa pero no lo dice. Sólo una vez intentó discutir el tema con su mujer y no le quedaron ganas: Ramona se puso a pedirle de rodillas que no volviera a tener esos malos pensamientos, porque la simple duda ofende a la Virgen y luego ella misma, junto con sus hijos, deberán pagar por los pecados de pensamiento que comete Albino, porque no te sabes mantener en el buen camino, y eso es culpa tuya, pero también nuestra. Hasta fue una semana completa a la iglesia y fingir que rezaba con ella. Tan concentrado debía parecer que casi se queda dormido. Eso te pasa por tener tu negocio casi enfrente de ese lugar. Lo que deberías hacer es decirles que ya no le venderás a los que vayan a trabajar a ese lugar. Ni a los albañiles, porque están contribuyendo a levantar una obra contraria a los verdaderos seguidores de Jesús.
Albino asiente. Sabe que algunos trabajadores han dejado la construcción cuando se enteran de que se trata de un templo bautista, pero la mayoría continúan laborando en la obra sin problemas.
Él los ve todos los días, trabajan como si se tratara de un edificio para el gobierno o un almacén o una nueva cárcel municipal. No le encuentra nada de raro. Si les piden construir un puente, una mansión o un cabaret, para ellos es lo mismo mientras les paguen bien la jornada y les dejen la mitad del sábado y el domingo para irse a las cantinas a gastar lo ganado, literalmente, con el sudor de sus frentes.
Los señores que visitan la obra y parecen ser los que la están pagando parecen personas muy respetables. Uno de ellos, blanco como la leche, que dice llamarse Santiago y ser irlandés, es particularmente amable. No distingue su saludo entre capataz, ingeniero y albañil.
Albino también quiere ser amable con él, pero a veces le gana la risa cuando lo oye hablar con ese acento que no tienen ni los pocos gringos que quedan por acá.
El hombre que dice llamarse Santiago se interesa por la mercancía de la tlapalería de Albino y, sobre todo, sabe escuchar a las personas. Últimamente, cuando se aparece por las obras del templo, más gente se acerca a saludarlo y a pedirle consejo. Es fácil darse cuenta de que algunos lo hacen muy tímidamente, a sabiendas que sus palabras son de un extranjero no católico.
Conforme avanzan por la calle del Roble, Ramona sigue hablando en voz baja. Está molesta porque la rabieta, los llantos, las súplicas y la comida fría y sin sal del mediodía apenas si le sirvieron para obligar a Albino que la acompañara a la iglesia durante ocho días, no más.
Otros maridos participan muy contentos junto a sus esposas en los rezos diarios. Dos rosarios completitos. Ramona observa de reojo a don Carlos, Juventino y Nicolás, le tiemblan las manos del coraje porque ellos están siempre listos para el rosario y su marido no. Hasta los domingos es un pleito: él quiere ir a la misa de mediodía y ella alega que la misa de los más comprometidos con el Señor es la de las seis de la mañana, porque levantarse y estar arreglado para asistir tan temprano significa un sacrificio adicional, que Dios ve con buenos ojos y sabrá recompensar en la otra vida. Y ahora discutiendo por ese templo, que es una verdadera prueba para que demuestren quién es católico de habladas y quién está dispuesto a defender su fe ante las adversidades.
Albino detiene la carreta y Ramona se baja con paso rápido, traspasando los cerros de materiales que ocupan parte de la calle y un solar junto a la construcción de la gran iglesia católica. Desde ahí observa como Albino da la vuelta a la carreta y toma rumbo a su negocio en el mercado, justo frente a ese templo impío. Se detiene en lo que será la entrada de la nueva iglesia.
El padre Tereso sale a su encuentro y ella mira hacia el piso. Empuja con la punta del pie una astilla de madera. Aunque sabe que el sacerdote ya no le pregunta por su marido, ella se siente en deuda con él y busca justificar la ausencia de Albino a los rezos que ella misma propuso. Balbucea una respuesta que no es clara ni en su mente ni en sus labios. El padre Tereso sonríe y la invita a pasar.
Ramona toma su mano pues así se siente menos sola entre tantas parejas de matrimonios, todos rezando por la construcción del nuevo templo de la milagrosa Virgen del Roble y porque ya no haya tanta gente que pierda el rumbo y termine cayendo en las garras de falsos profetas, como les dice el padre cuando les explica en el libro del Apocalipsis, o de iglesias como la que construye ahí cerca gente incrédula de la Guadalupana, menos las enseñanzas de Su Santidad el Papa o sus obispos cada domingo durante la Santa Misa.
Albino sigue con su carreta hasta el local y procura mostrarse indiferente ante el grupo de personas reunidas en la esquina del Mercado Juárez. De entre ellos, alcanza a distinguir a ese hombre tan blanco y no deja de llamarle la atención su amabilidad e inteligencia.
Un señor que dice llamarse Santiago y ser irlandés.
Reseña del libro “Del Roble Juárez”